jueves, 19 de abril de 2012

Democracia deliberativa radical




Un poco de genealogía de la democracia (y de la oligarquía):  “La oligarquía [ateniense] no era una ‘elite de poder’ intangible, abstracta y prácticamente invisible (à la C. Wright Mills) cuya simple identificación requiriese una considerable sofisticación teórica, sino un grupo de dos o tres docenas de hombres que paseaban por las calles con ropas limpias, se casaban sólo con las hijas de los demás miembros del grupo, discutían los asuntos públicos entre sí y a veces ordenaban a sus sirvientes que golpearan a otras personas concretas. Aunque los miembros de este grupo pudieran están en desacuerdo con respecto a qué política debería adoptar la ciudad, no solía haber confusiones sobre quiénes eran estas personas, qué querían o qué poder tenían. De manera similar, ‘democracia’ tenía una referencia concreta. No señalaba vagamente hacia una autoridad teórica ni a los grandes pero inconcretos poderes de una entidad abstracta—‘el pueblo’—sino que designaba a un grupo muy concreto de descuidados y hediondos ciudadanos helénicos que se dedicaban a holgazanear, devorar garbanzos y comerse con los ojos a los muchachos en una ladera de una colina especialmente soleada del Ática, y eso, cuando no estaban participando en lo que a menudo no era más que una forma de extorsión y piratería a gran escala por diversos puntos del Mediterráneo. En el siglo XXI, podemos permitirnos el lujo de contemplar ese pasado con indulgencia, e incluso afecto y admiración, porque a menudo utilizaban el botín para construir hermosos templos, pero en su época no debió de resultar nada divertido vivir en un pueblo vecino de Atenas” (R. Geuss, Historia e ilusión en la política, ed. Tusquets, p. 178).
Y ahora un poco de anacronismo y discusión conceptual sobre democracia y monarquía (en una época en la que los reyes salen de caza matando elefantes mientras defienden la causa de la vida silvestre):


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