sábado, 5 de mayo de 2012

Dos Visiones sobre los Juegos Olímpicos


 


“Uno de los espectadores [de los primeros Juegos Olímpicos en Atenas] era Charles Maurras, el antiguo enemigo de derecha de Coubertin. Él había estado recorriendo sus amadas ruinas clásicas, anotando malhumorados comentarios sobre la degeneración de los griegos modernos. No esperaba que algo bueno viniera de los Juegos y deploraba la confusión cosmopolita de las razas. Mientras caminaba entre la muchedumbre, Maurras estaba enfurecido por los bárbaros estadounidenses, que se comportaban como «niños grandes» y parloteaban en su espantoso «patois». Se preguntaba a sí mismo (o en realidad a los lectores de su narrativa) quién se beneficiaba de este cosmopolitismo. Vaya, dijo, los anglosajones por supuesto: «el menos cosmopolita de los pueblos, la más chovinista de las razas…». Pues, después de todo, «¿el argot de sus juegos no hizo demasiado para promover un lenguaje con el cual el planeta ya estaba infestado?» Le irritaba muchísimo que tenía que conversar con un griego en inglés, pero estaba feliz de informar que él masacró a la lengua con su pronunciación francesa. Sin embargo, apenas comenzaron los juegos, el humor de Maurras mejoró. El clima era muy bueno, y el aire olía a ciprés y a laurel. Incluso comenzó a cambiar de opinión acerca del efecto de este extraordinario espectáculo. De hecho, concluyó, este festival cosmopolita no iba a terminar en un desarraigado crisol de culturas después de todo; por el contrario: «cuando razas diferentes son arrojadas juntas y se hace que interactúen, se repelen mutuamente, distanciándose las unas de las otras, incluso mientras creen que se están mezclando». Una reunión cosmopolita, pensó con profunda satisfacción, se convertirá en un «alegre campo de batalla de razas y de lenguas». Pues el conflicto étnico, no una insípida noción de hermandad humana, es el camino de la naturaleza. Además, había otro beneficio que se iba a derivar de los Juegos: los pueblos latinos serán conscientes de la absurdidad, las ambiciones insolentes y la tiranía de la raza anglosajona” (Ian Buruma, Voltaire’s Coconuts, pp. 176-7).

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