viernes, 29 de marzo de 2013

Pacifismo o Violencia legítima





La incansable luchadora por los derechos humanos Estela de Carlotto (quien se jugó la vida por dicha militancia mientras otros se enriquecían y/o se hacían los distraídos durante la última dictadura militar) tuvo una discusión con el periodista algo anodino Ernesto Tenembaum por una pregunta que este último le hizo sobre su posición sobre la lucha armada en los 70 durante una entrevista radial (click). Carlotto se ofendió por el mero hecho de que Tenembaum le hiciera la pregunta. No queda del todo claro sin embargo por qué se ofendió. Lo que sí queda claro es que Carlotto se contradijo, a pesar de su dilatada y muy distinguida trayectoria como militante por los derechos humanos.

En efecto, mal que le pese, por un lado se pronunció en contra de la violencia, pero por el otro reivindicó la lucha. Por si hubiera dudas, Carlotto en ese contexto comparó la lucha que ella reivindicó con la participación de San Martín suponemos en la Guerra de la Independencia. Si Carlotto fuera pacifista, debería estar en contra de cualquier uso de la violencia.

Carlotto en realidad no pudo sustraerse a nuestro curioso clima de época en el cual la gente cree ser pacifista en el sentido del cristianismo primitivo, cuando en realidad, salvo muy honrosas excepciones, todo el mundo se va a defender en caso de que la agredan. Esto se llama violencia o guerra justa, no pacifismo, y es aquí donde se ubica la larga tradición republicana de la reivindicación de la resistencia ante la tiranía. Tenembaum mismo tampoco es un pacifista, a pesar de que lo que él manifiesta, ya que está a favor del Estado (institución violenta si las hay) y, suponemos, sólo en contra de la violencia ejercida en contra del Estado democrático, entre 1973 y 1976. No podemos entonces criticar a Carlotto meramente porque somos pacifistas, a pesar de que lo solemos creer, ya que eso sería ingenuidad o hipocresía.

Ella, además, se mostró confundida: dice reivindicar la lucha armada debido a que quienes participaron en ella creían tener razón. En realidad, salvo muy honrosas excepciones, todos los seres humanos actúan porque creen tener razón, por lo cual no es una manera apropiada reivindicar una acción sobre esa base. Carlotto podría insistir que los fines por los cuales algunos llevaron a cabo la lucha armada eran infinitamente mejores que los fines de los militares. En efecto, mientras que los unos se proponían alcanzar una sociedad justa o sin dominación, los segundos eran genuflexos servidores de la explotación capitalista. Pero del hecho que uno actúa en aras de una meta correcta, y suponiendo que las metas eran factibles (especialmente una sociedad sin dominación), obviamente no se sigue que los medios que elige a tal efecto también sean correctos. Históricamente, tanto quienes se propusieron eliminar la explotación capitalista como continuarla coincidieron en elegir medios igualmente atroces. En otras palabras, es muy difícil si no imposible encontrar algún fin que, por deseable que fuera, justificara cualquier medio.

Si viéramos las cosas en el sentido inverso llegaríamos a la misma conclusión. En efecto, a pesar de que solemos criticar el apotegma según el cual el fin justifica los medios, en realidad dicho apotegma encierra una tautología: si queremos ir a Mar del Plata, entonces sacar un pasaje en micro está justificado. Es más, no hace falta querer ir a Mar del Plata para mostrar la conexión entre Mar del Plata y la racionalidad instrumental de sacar un pasaje. El fin siempre justifica los medios. Por eso hay que asegurarse de que el fin elegido esté justificado. Sobre todo, como hemos visto, teniendo en cuenta que un fin inatacable justificará cualquier medio necesario para alcanzarlo. Nuevamente, no es fácil concebir un fin semejante, un fin cuya "practicalidad" es tal que cualquier cosa que hagamos para alcanzarlo estará justificada no sólo en términos instrumentales sino también prácticos, por así decir.

Carlotto, entonces, tiene toda la razón del mundo en reivindicar los fines de la lucha armada, pero no así la lucha armada en sí misma al menos en contra de un régimen democrático, tal como fue el caso en Argentina entre 1973 y 1976, y probablemente fue por eso que ella se mostró molesta por su contradicción. Ella no quiso trazar la diferencia entre la lucha y sus fines porque temía, quizás, que la crítica de los medios repercutiría de manera políticamente negativa sobre los fines. Pero no tiene por qué ser necesariamente el caso. Se puede insistir con los mismos fines, aunque cambiando los medios. Además, y por si hiciera falta, no se puede justificar violación alguna de los derechos humanos por el mero hecho de que alguien haya actuado violentamente.

Las cosas serían distintas si Carlotto creyera que la democracia capitalista no hace ninguna diferencia sustancial, antes bien, quizás sea todavía peor que una dictadura capitalista, ya que la democracia liberal no hace sino enmascarar la dominación capitalista que en una dictadura sale completamente a la luz, y si creyera que para eliminar dicha dictadura no hay otra alternativa que una dictadura del proletariado provisional hasta la aparición de la sociedad sin clases. Esta postura le permitiría a Carlotto evitar la contradicción, pero no parece ser la que refleja su posición.

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