viernes, 31 de mayo de 2013

Nazis eran los de antes




La DAIA se ha quejado con razón de la banalización del nazismo y por ende del Holocausto recientemente hecha por el diario La Nación al comparar la situación de 1933 en Alemania con la argentina actual y por lo tanto al comparar al gobierno kirchnerista actual con el nazi de aquel entonces (1933). La DAIA, sin embargo, omitió señalar la banalización hecha por la última Carta Abierta (Justo lo que faltaba, v. en especial argumento nro. 2). No podemos sin embargo culpar a la DAIA por no leer una Carta Abierta.

En efecto, si hay que elegir, no hay duda de que La Nación supera notoriamente a Carta Abierta al menos en extensión (a igualdad de contenido, incomparablemente menor y por eso mejor) y fundamentalmente en claridad. Parafraseando a H. L. A. Hart y su bon mot sobre el jurista inglés John Austin, es una gran virtud equivocarse claramente, a diferencia de estar claramente equivocado. Vale aclarar que las virtudes de la claridad no sirven propósitos exclusivamente intelectuales como por ejemplo facilitar la lectura, sino fundamentalmente prácticos. Imaginemos, si no, un nazi que no supiera hacerse entender: perderíamos un tiempo muy valioso tratando de descifrar qué nos quiere decir, un tiempo que podríamos emplear buscando ayuda o huyendo simplemente.

Recordemos que la posición de La Nación, en realidad, es que “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad”. Para entender caritativamente o en su mejor luz lo que propone La Nación podríamos recurrir al pichettismo metodológico (senador, lo que se dice senador y Némesis). En efecto, aplicando la distinción que hace Pichetto entre argentinos argentinos (o absolutos, o simpliciter) y argentinos judíos (o relativos, o secundum quid), podríamos distinguir entre nazis nazis o nazismo sin más, o absoluto, etc., y nazismo de cierta clase o relativo, según el cual sería nazi todo aquel o aquello que tuviera cierta relación con el nazismo.

Por ejemplo, todos los seres humanos serían nazis relativos dado que comparten con los nazis un aparato respiratorio (no podrían haber sido nazis sin respirar, pero no por eso respirar es nazi). Es más, hay cierto nazismo anodino que va más allá de ciertas propiedades comunes a todos los seres humanos. Hay instituciones que fueron creadas por los nazis, tales como la de la juventud política (la tristemente célebre Hitlerjugend), pero nadie cree que por eso, v.g., la Juventud Radical (si es que todavía existe) es una institución nazi en algún sentido relevante (X fue creado por los nazis, de ahí no se sigue que todos los que tengan un X sean nazis). Si la Juventud Radical no lo es, entonces, mal que nos pese, tampoco podría serlo La Cámpora (al menos hasta ahora; de la Juventud Radical podemos hablar con certidumbre porque ya no existe). Otro tanto ocurre con la importancia que el nazismo le daba a la publicidad oficial o al deporte para difundir su mensaje. No por eso cualquiera que ponga la publicidad oficial o el deporte al servicio de su causa es, amén de ser un nazi relativo, por eso un nazi en sentido estricto.

Finalmente, tenemos el caso del fenómeno político que tuvo lugar en Alemania desde 1933 hasta 1945, y que por suerte todavía no se ha repetido, y que obviamente es el nazismo. Hay razones para creer entonces que no tiene mayor sentido hablar de nazismo anodino o relativo y que el uso de la palabra y cognados sólo sirve propósitos políticos pero en el sentido peyorativo de la expresión para descalificar a quienes no piensan como nosotros. Deberíamos acostumbrarnos a llamar “nazismo” sólo al nazismo, y ojalá nunca tengamos que usar la palabra, excepto en broma quizás, y además con extremo buen gusto, como "El Dictador" de Chaplin (o esta otra película).

Ahora bien, sería un error creer que es el anti-kirchnerismo el que lleva necesariamente a editoriales como el de La Nación. Basta recordar que Marcos Aguinis, un escritor que difícilmente pueda ser considerado kirchnerista y que es un habitual columnista del diario, ya se había opuesto tajantemente a la equiparación entre el nazismo y el kirchnerismo, al menos en lo que hace a la juventud. Releamos a Aguinis: “las juventudes hitlerianas…, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación” (El Veneno de la Épica kirchnerista).

A primera vista Aguinis parece hacer quedar mejor al nazismo que al kirchnerismo, una actitud que tiene no pocos seguidores en twitter por lo menos, y que nos hace acordar a cuando el dictador en la película de Sacha Baron Cohen se refiere a alguien como "fascista, pero no en el buen sentido de la palabra". Aguinis tiene razón al decir que (al menos algunos de) los nazis actuaban por ideales, esto es, no lo hacían por puro interés. Pero ¿por qué suponer que una acción principista es por definición más valiosa que la conducta que sólo busca satisfacer el auto-interés del agente? ¿Es mejor un genocidio cometido por principios que la corrupción? No olvidemos que el principismo no sólo puede ser atrozmente inmoral sino paroxísticamente irracional, tal como Hannah Arendt lo recordaba al señalar el costo para el nazismo de un Holocausto en medio de una guerra mundial.

Por si quedaran dudas, pensemos qué preferíamos en el caso de que nos encontráramos en un campo de concentración y tuviéramos que elegir entre un nazi idealista o con un nazi corrupto a cargo de nuestro destino. El nazi idealista nos mataría precisamente por sus convicciones; nada podría hacerle cambiar de opinión, ni siquiera el dinero. Un nazi corrupto al menos nos deja la puerta abierta a la esperanza. El dinero sin duda es moralmente sospechoso, pero no tanto como para hacernos creer que su mera intervención convierte a la acción en cuestión en una instancia del mal absoluto.

La confusión, si es que se trata de una confusión en absoluto, proviene de la buena prensa que tiene el idealismo en sí mismo, con independencia de cuál es la idea en juego, y a la intuición muy popular según la cual la honestidad sólo consiste en actuar por principios, sin que importe cuáles son o qué implican. Irónicamente, en este punto el kirchnerismo que reivindica la violencia política y el principismo de Aguinis están mucho más de acuerdo de lo que ambos creen. Por suerte, la única manera de evitar estos encuentros sorpresivos es pensando. Parafraseando aquella vieja frase, los lugares comunes o intuiciones son como los vacas: si los miramos a los ojos, se escapan.

7 comentarios:

Eduardo Reviriego dijo...

El tema no deja de ser apasionante y se las trae.
En un primerísimo análisis observo que los comentarios al editorial de La Nación, muestran una excesiva candidez,incluido el de Catón.
¿Por qué esa candidez?, porque centran la cuestión en un régimen histórico como el nazismo, cuando en realidad habría que hacerlo sobre la fragilidad de todo sistema democrático, incluido el nuestro.
Para eso nada mejor que acudir a Claude Lefort, uno de los que más sabía sobre el tema, pidiendo desde ya disculpas por la extensión.
Claude Lefort no comparte el optimismo de aquellos que afirman que el totalitarismo ya fue depositado por la democracia en el basurero de la historia. Desde su mirada, la democracia moderna no ha encontrado en el presente ni encontrará en el futuro la vacuna contra el virus totalitario. Siempre que la incertidumbre que activa la sociedad democrática deviene insoportable por razones políticas, económicas o sociales; siempre que el deseo de pensamiento es sustituido por una exigencia desmesurada de creencia, aparece en el horizonte inmediato el fantasma totalitario. Nada sencillo resulta vivir en una forma de sociedad en donde no existen garantías últimas sobre el sentido del poder, el derecho y el saber sino todo está sujeto a una invención permanente. La democracia, en clave lefortiana, es una sociedad que requiere inventarse a sí misma de manera constante o el riesgo de retroceder al totalitarismo es inevitable.
Si lo anterior es cierto, entonces no existen razones suficientes para afirmar que el totalitarismo desapareció definitivamente de la faz de la tierra por el simple hecho de que murió el nazismo y desapareció el comunismo soviético. Por el contrario, el fantasma del totalitarismo continúa interpelando a las sociedades contemporáneas, porque las representaciones simbólicas que le dieron sentido y proyección histórica a ese régimen político continúan seduciendo el imaginario de los mortales. En cualquier momento, como advirtió magistralmente Alexis de Tocqueville, el deseo de libertad que alimenta a la democracia puede mutar en deseo de servidumbre.
La democracia, afirma Cornelius Castoriadis, es el régimen del riesgo histórico y, por eso, es un régimen trágico. La tragedia de la democracia radica, entre otras cosas, en que en cualquier momento las certezas acerca de la naturaleza, el sentido y el porvenir de la sociedad pueden remplazar a las incertidumbres sobre el origen y el destino de lo social; y la voluntad del Uno (sea éste el partido político, el césar democrático o el demagogo mediático) puede erigirse como depositaria o heredera de la voluntad de los muchos o de todos. La democracia le exige al ciudadano de a pie un deseo de libertad, una pasión por la exploración de lo desconocido, una voluntad de autonomía individual, en suma, una mayoría de edad kantiana que el totalitarismo jamás le va a solicitar.Cuando el poder parece decaer hacia el plano de lo real y se muestra dentro de la sociedad como algo particular al servicio de unos cuantos; cuando la búsqueda de la verdad es sustituida por la Verdad revelada por Dios, la Historia o la Naturaleza; cuando todo ello sucede, se desarrolla entonces, según Lefort, el fantasma del pueblo-Uno, la búsqueda de una unidad sustancial, de un cuerpo unido a su propia cabeza.
Tomado de esta excelente nota:
http://www.jornada.unam.mx/2011/01/23/sem-sergio.html

Andrés Rosler dijo...

Muchas gracias Eduardo por el comentario. Lamentablemente no conocemos a fondo el pensamiento de Lefort. No hay dudas de que la democracia es un régimen frágil (en realidad, todo régimen político es frágil, y de hecho el comunismo y el nazismo resultaron ser mucho más frágiles que la democracia). Ignoramos qué piensa La Nación o Carta Abierta, y hasta cierto punto ignoramos qué pensamos nosotros mismos, pero nadie dijo que el totalitarismo desapareció de la faz de la tierra. La cuestión era sobre qué requisitos hay que reunir para ser considerado nazi. Hay ciertos requisitos completamente anodinos, otros igualmente relativos pero algo más inherentes, y finalmente otros lisa y llanamente nazis en sentido estricto (desde el cierre del parlamento hasta los campos de concentración).

Eduardo Reviriego dijo...

Andrés:
Es cierto, Lefort, lamentablemente, es poco conocido por estas tierras.
Me parece que los sistemas totalitarios no son más frágiles que los democráticos: más de 70 años duró en Rusia, aún perduran en Cuba, Corea del Norte, China y el nazismo fue derrotado en una guerra y vaya que costó hacerlo.
Me parece que la idea de quien redactó la nota de La Nación, pasa más por subrayar que el origen democrático de un gobierno, no garantiza que el ejercicio de ese poder siga siendo democrático, que por la identificación con la Alemania del tercer Reich.

Gustavo L dijo...

Hay quienes han pretendido comprender al kirchnerismo categorizándolo torpemente como fascismo. Tal categorización sólo podría realizarse al precio de la equivocidad de los términos; sería otro panegírico más entre los tantos que hace el kirchnerismo de sí mismo para autoelogiar-se, o bien sería usurpar una vez más la importancia que no tiene. Se trataría de una injustificable confusión. Sería equiparar al filósofo Martin Heidegger con Ricardo Forster, al jurista Carl Schmitt con el "Chino" Zannini, al escritor Ersnt Jünger con Alejandro Dolina, al sociólogo y filósofo Arnold Gehlen con Edgardo Mocca, al músico Herbert von Karajan con Fito Páez, a la cineasta Leny Riefenthal con Paula de Luque, al arquitecto Albert Speer con Julio de Vido, a publicitario Joseph Goebbels con Javier Grossman , al matemático y físico Werner Heisenberg con Adrian Paenza, al Ministro del Interior Heinrich Himmler con Florencio Randazzo, al espía Reinhard Heydrich con Héctor Ikkazuriaga, al aviador Herman Göring con Mariano Recalde, la Sturmabteilung con la Kampora , etc. En síntesis, sería como confundir der Parteiadler -la amenazante y criminal águila fascista- con el pingüino, el pájaro patagónico, que al decir del Diccionario es el pájaro bobo, que ni siquiera es un ave de corral. Entre el Reich que dura cien años y la Década ganada hay abismales diferencias, no pueden tener más semejanza las unas con las otras que el arzobispo de Canterbury y el pontífice Samuel (Marx).

Andrés Rosler dijo...

Nos atrevemos a aclarar que Carl Schmitt, si bien tuvo muchas ganas de ser el jurista del Reich, jamás siquiera conoció a ni influyó en Hitler, a diferencia de Zannini quien no sólo gobierna sino que tiene acceso directo a Cristina.

Andrés Rosler dijo...

Muy bueno el paralelo entre Paula de Luque y Leni von Riefenstahl. Queríamos agregarlo cuando vimos que ya estaba.

Eduardo Reviriego dijo...

Fascismo, totalitarismo, autoritarismo,o autocracia, y puede que con mayor precisión en esta última caracterización, referido al fenómeno del kirchnerismo, refieren solamente a ciertos rasgos, que como la preeminencia del Estado por sobre la sociedad civil; el fortalecimiento del ejecutivo, frente a los otros dos poderes; la asimilación del adversario al enemigo; el culto del jefe; la exaltación de lo nacional; un aparato de propaganda fundado en el control de la información y de los medios de comunicación; dirigismo estatal en el ámbito de la economía; la integración de los militantes en las estructuras del Estado; el primado de la política y la subordinación de lo privado a lo público, merced a la constante expansión del gobierno sobre el estado y la sociedad civil,son incompatibles con un régimen democrático, y si bien separadamente pueden no significar un peligro, acumuladas son fatales para la supervivencia de la democracia.Por eso, bueno es recurrir a la historia, para que nos enseñe a no tropezar dos veces con la misma piedra.