lunes, 24 de marzo de 2014

Tu querida Presencia



Hernán Brienza nos tiene mal acostumbrados. Ha revolucionado no sólo el ámbito de la filosofía del derecho con su nueva teoría de la responsabilidad en defensa de la designación de Milani (la ley de Brienza y big bang Brienza), sino que además ha transformado de raíz la filosofía moral al habernos explicado por qué no nos merecemos a Cristina (lo que vos te merecés), y por si esto fuera poco además ha incursionado en el sancta sanctorum de la filosofía, la ontología, para una defensa general por no decir metafísica del Gobierno (la ontología de Brienza), y todo esto sin siquiera ser filósofo, sino politólogo e historiador. Nos preguntamos qué no habría hecho Brienza en el campo de la filosofía, si tan sólo se hubiera propuesto dedicarse completamente a ella.

Pero Brienza, muy probablemente envalentonado por el éxito de sus proyectos intelectuales anteriores, ahora se ha embarcado en una empresa que empalidece todas sus hazañas anteriores, la de justificar su presencia en la delegación argentina en el Salón del Libro de París. En efecto, algunos, como Horacio González, han tratado de explicar la ausencia de Martín Caparrós en dicha delegación (para Horacio González, no hay que explicar pasivamente lo sucedido a Caparrós como resultado de una decisión de los organizadores, sino que fue Caparrós mismo el que activamente intervino en la decisión de los organizadores: una cuestión de estilo). Pero absolutamente nadie ha siquiera ensayado una justificación de la presencia de Brienza, quizás debido a que sea mucho más fácil justificar una ausencia que una presencia, aunque no nos animamos a incursionar en cuestiones metafísicas como Brienza. El punto es que Brienza no tenía alternativa. Si él no se defiende, no lo defiende nadie (sólo él puede lograr lo imposible). Y ahí fue otra vez el domingo último, este Quijote exitoso (click).

No van a faltar los mezquinos que dirán que Brienza se contradice en su habitual columna de los domingos, ya que en la misma nota en que ensaya su defensa, él sostiene que “Tener que defenderme de las acusaciones me empequeñece hasta límites que mi humildad no me lo permite” (siendo él humilde por supuesto), y que “estoy convencido, como escribió Antonio Machado que no hay que contestar las acusaciones de los 'pedantones al paño'" (siendo sus críticos "pedantones al paño"). Sin embargo, a ningún gran pensador le podemos exigir el mito pequeño-burgués de la coherencia. Lo que le pedimos es alguna que otra idea, como diría Heidegger, y Brienza nos ha pagado con creces.

Es digno de ser destacado que Brienza bien podría haber usado en su defensa un argumento usual en el campo de la psicología grupal. En efecto, toda delegación necesita cuidar el “grupo”, como se suele decir, y fue este hecho lo que explicó la ausencia de Ramón Díaz y del mismo Passarella en la selección argentina en el Mundial 86, o de Cantoná en la selección francesa en el 98, y tal mal no les fue.  Sin embargo, Brienza eligió no tomar este camino fácil y trillado. Después de todo, una delegación de escritores será un grupo, pero no es un equipo de fútbol. También podría haber argumentado, parafraseando a Horacio González, que su estilo es más suave que el de Caparrós.

Prefirió Brienza, en cambio, una estrategia dual. Por un lado, apelar al viejo escepticismo valorativo: “Una delegación no se mide –si es que es posible medirla– por si estoy o no estoy incluido o incluida. Nadie es tan importante ni imprescindible en la ronda de la literatura argentina actual, quizás porque todavía no está formado el nuevo canon literario”. La pregunta que se harán obviamente los lectores de Brienza es: ¿cómo es que se mide entonces una delegación? Si no hay criterio, podría haber ido cualquiera, con lo cual la presencia de Brienza continuaría siendo inexplicable. Y Brienza mismo debería haber cedido su lugar.

Pero, Brienza no cedió su lugar, probablemente porque cree que su presencia le “parece un gran hallazgo en términos de selección por parte de los organizadores”, y esto a su vez se debe a un segundo argumento de naturaleza lockeana que deja atrás al escepticismo valorativo del primero y revela lo que para muchos era un misterio. Brienza sostiene que “en estos 20 años como periodista y politólogo no he hecho otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar” y “escribí seis libros propios, la mayoría de ellos aceptados por los lectores” (uno de estos libros, entendemos, recopila sus notas en Tiempo Argentino, de las cuales hemos extraído la filosofía de Brienza).

Ahora bien, el estándar que usa Brienza en su defensa despeja nuestras dudas al menos, ciertamente, pero podría abrir nuevos frentes de tormenta.  En verdad, ¿cómo explicar la ausencia entonces de, v.g., Ludovica Squirru u Horangel, que vaya uno a saber hace cuántos años que trabajan y cuántos ejemplares de cuántos libros han vendido? (Squirru y Horangel, piadosa y generosamente, se han abstenido de atizar el fuego de la polémica, conscientes quizás del hastío de la discusión). Pero, pensándolo bien, como en nuestro país quizás no hay ningún otro escritor/a que estuviera trabajando hace más de veinte años con seis libros publicados (o más), la única duda, era Ludovica, Horangel o Brienza, en cuyo caso nadie podría culpar al Gobierno de haberse quedado con Brienza.

Finalmente, tomemos el toro por las astas. Muchos malintencionados sospechan que Brienza fue invitado al Salón sólo porque es kirchnerista, como si Brienza siempre hubiese sido kirchnerista (nuestra ilustración indica que no siempre fue así) y como si éste fuera un Gobierno capaz de politizar hasta las multas de tránsito, qué decir un Salón del Libro. Pero, supongamos, per impossibile, y en aras de la argumentación, que éste fuera el caso. ¿Acaso Sartre ocultó su compromiso político con la resistencia? ¿No habría abandonado él probablemente hasta a su propia madre para cumplir con dicho compromiso? ¿Hubo alguien sin embargo que haya dudado de su talento como escritor? Es la humildad de Brienza la que le impide jugar la carta de la comparación con Sartre, y la transparencia de este Gobierno la que decidió que fuera parte de nuestra delegación. Caso cerrado.

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