jueves, 17 de abril de 2014

Una Cuestión de Principios





Los linchamientos no sólo han provocado un debate acerca de su justificación, sino que han originado también una discusión paralela acerca de cuál es su relación con el delito común. En efecto, Alejandro Katz, por ejemplo, ha sostenido en varios lugares que “El que le pega a un delincuente es peor que ese delincuente” (v.g.: click). La tesis de Katz en realidad consiste en que tanto el así llamado linchador como el que es linchado son delincuentes, pero la conducta del primer delincuente es mucho más disvaliosa que la conducta del segundo. Katz tiene razón.

La razón principal por la cual el linchamiento es peor que el delito común consiste en que mientras quien comete un delito común sólo busca salirse con la suya, el linchador cae bajo la descripción del delito principista o ideológico, el cual se caracteriza por contener al menos un ensayo de justificación. Decimos que se trata sólo de un ensayo ya que dicho intento, como decía Tu Sam, puede fallar. Un miembro del KKK o de las SS solían invocar una justificación para sus actos, la cual sólo hacía su acción tanto más grave que la de un mero homicida. El hecho de que el delincuente ideológico no sólo siga una causa sino que esté dispuesto a dar su vida por ella hace que sus actos sean más disvaliosos aún.

El disvalor mayor del acto proveniente de su pretendida justificación podría sorprender a quienes creen que todo acto principista es por eso moralmente superior, lo cual a su vez podría ser explicado por cierta escasez de principios en un mundo que se guía fundamentalmente por el auto-interés. Sin embargo, hay casos en los cuales es preferible tratar con delincuentes comunes que con personas cuya abnegación sirve una causa inmoral, o personas que cometen actos aberrantes al servicio de causas nobles. Ya habíamos tratado en otra oportunidad la tesis de Marcos Aguinis según la cual la Hitlerjugend era moralmente superior a La Cámpora (Al menos tenían ideales) en la cual habíamos dicho que si estuviéramos en un campo de concentración nazi o stalinista para el caso preferiríamos que quienes estuvieran a cargo de dicho campo fueran corruptas y no gente de principios. 

En resumen, mientras que el delito común sólo refuerza la necesidad de la autoridad estatal, el delito principista pone en duda a la autoridad misma del Estado, ya que cree ser moralmente superior a la misma. Quienes creen que el Estado es esencial para proteger los derechos individuales no pueden darse el lujo de poner en duda su autoridad punitiva.

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