lunes, 5 de octubre de 2015

Mempo Giardinelli y el Voto peroísta



Mempo Giardinelli no es ningún tonto. Se ha dado cuenta finalmente de que “es un hecho que prácticamente toda la dirigencia kirchnerista… pasó, con diferentes gradaciones, por el menemismo, y aplaudió y consintió aquel desastre neoliberal que nos condujo al horrible 2001” (Voto cantado, pero con protesta). Giardinelli sabe además que el candidato presidencial actual por el kirchnerismo, Daniel Scioli no es una excepción ciertamente (antes bien, fue el poster boy del menemismo), a pesar de que ha sido elegido por la líder indiscutible del kirchnerismo. Encima, no lo “convence el candidato porque no transmite confianza política; porque en la provincia no hizo un gobierno inolvidable; porque su estilo amiguero lo hace demasiado moderado y es de temer que clarines, naciones, la tele y el empresariado feroz se lo van comer crudo y rápido”. Tampoco le merece mayor confianza el gabinete que Scioli tiene en mente para su eventual gobierno. Es por eso que Giardinelli se siente “entrampado”, “forzado”, “en una posición incómoda, crítica y hasta desagradable”, porque debe votar a Scioli. Es comprensible. En una palabra, Giardinelli está atormentado por su conciencia debido a su voto. 

De ahí que Giardinelli se viera obligado a diseñar una nueva concepción del voto para poder salir de dicho tormento. En realidad, no es la primera vez que Giardinelli saca algo de su galera intelectual para contribuir al debate político actual. Por ejemplo, Giardinelli ya había hecho una contribución inestimable a la teoría política mediante su doctrina del “golpe blando” (Armando Golpe blando, Arturo Golpe duro). No conforme con su anterior hallazgo, hoy se dirige nuevamente a la opinión pública para proponer una revolucionaria teoría del voto, que entendemos podríamos bautizar como la doctrina del “voto cantado, pero de protesta, a favor de la persona contra la cual estamos protestando” o “voto con explicaciones” (como diría el grupo Les Luthiers), aunque quizás sea más conveniente, en aras de la economía espacial, denominarlo como “voto peroísta”, debido a que se trata de una variación del tema ya tratado acerca de la estructura de los juicios valorativos del tipo “X pero Y” (Libertad o Dependencia).

La tesis es fascinante. Por un lado, se encuentran los votos sin más, o por excelencia, que hasta ahora eran los únicos que conocía la ciencia política. Por el otro, según la nueva doctrina del voto peroísta, en las próximas elecciones no es suficiente con saber por quién vota un elector sino además hay que conocer la motivación o estado de ánimo del votante, sin descartar la intensidad de la preferencia que siente el votante por su voto. La gran pregunta es qué diferencia hace el requisito agregado por la doctrina peroísta. ¿Acaso la motivación, el estado de ánimo, la intensidad, etc., deberían hacer que el voto valga más o menos que uno, como valían los votos hasta ahora? De todos modos, la incalculable contribución que hace la doctrina del voto peroísta es que permite votar todo lo bueno de un candidato, o todo lo que nos apetezca, y no votar todo lo malo o todo lo que no nos apetezca del candidato.

Nuestros lectores saben que no es la primera vez que la filosofía ha tratado esta cuestión. En efecto, por ejemplo, las discusiones utilitaristas, o consecuencialistas como suelen ser llamadas merced a un atinado cambio de branding, habitualmente se hacen preguntas acerca de si las preferencias de las personas deben ser contabilizadas por igual, o si acaso la intensidad de las mismas debe ser parte del cálculo, lo cual no es exactamente fácil de lograr. También nos viene a la mente aquella festejada diferencia hecha por John Stuart Mill cuando decía que él que prefería a un Sócrates insatisfecho antes que a un cerdo satisfecho. ¿Será que Giardinelli quiere asegurarse de que la opinión pública lo ubique más cerca de Sócrates que del cerdo? Quizás en algún diálogo platónico haya pistas sobre cuál habría sido la actitud socrática frente al voto que atormenta a Giardinelli. Hasta donde recordamos, sin embargo, Sócrates se tragó de buen grado no tanto un sapo sino la mismísima copa de cicuta, sin decir ni mu, a pesar de los ruegos de sus acólitos que le pedían que se escapara, lo cual era la conducta esperada incluso por el propio régimen ateniense. ¿Quizás el voto peroísta es una especie de purgante que permite tragarse el sapo, o la cicuta, pero digerirlo inmediatamente y expulsarlo del cuerpo en tiempo récord? 

Por otro lado, la teoría del voto peroísta hunde sus raíces hasta la doctrina medieval del doble efecto o de los efectos colaterales. Giardinelli, en efecto, quiere votar a Cristina, suponemos (aunque la critica bastante en la nota), pero su voto a Scioli es un efecto colateral, previsto aunque no deseado, de la intención de votar a Cristina. También nos recuerda cómo Alsogaray caracterizaba su propio voto por los radicales en las elecciones presidenciales de 1983, reveladoramente “como tomar aceite de ricino con la nariz tapada”. Se trata esta de una doctrina empleada por quienes sobreestiman a las intenciones por sobre los resultados, y por ejemplo, usan la doctrina del efecto colateral, como los automovilistas y los bombarderos, para exonerarse de responsabilidad por casos de homicidio. De ahí que los consecuencialistas no se dejen influir por esta clase de teorías, a las que consideran que no son sino un apaciguador de conciencias para poder lidiar con sus inaceptables consecuencias.

Hay un camino fácil que podría haber tomado Giardinelli. En efecto, Giardinelli dice que “Los candidatos del kirchnerismo, ciertamente, ya están fuera de discusión. Están instalados, muchas encuestas los dan triunfadores en las urnas, y por el bien del país uno espera que sea efectivamente así”. En otras palabras, dado que el triunfo de Scioli es altamente probable que suceda Giardinelli podría evitarse el sapo de tener que votarlo, ya que se trata de un sapo que va a ser ingerido por millones de personas de todos modos. Sin embargo, Giardinelli no suele tomar atajos, él toma el toro por las astas.

No podemos esperar hasta el 25 de octubre para ver cómo incide en el resultado electoral la doctrina peroísta del voto. ¿Cuánta valdrá el voto peroísta? ¿Más, menos, igual que el otro voto? Mientras tanto, nos tomamos el atrevimiento de expresar nuestras dudas sobre un par de puntos que contiene esta nueva sublime entrega del pensamiento de Giardinelli. El primero se refiere a que Giardinelli escribe la nota “en base al siguiente razonamiento [el subrayado es nuestro]: nunca me consideré kirchnerista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nacionales y populares de los últimos doce años”. Mucho nos tememos que Giardinelli, sin embargo, debe reconocer su condición de kirchnerista y salir del clóset. En efecto, para poner a prueba el “razonamiento” de Giardinelli pensemos en alguien que dijera “nunca me consideré nazi/liberal/peronista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nazis/liberales/peronistas”. Es hora de que Giardinelli cambie la manera en que se considera a sí mismo.

El segundo punto es que si a Giardinelli realmente le preocupa la corrupción, no terminamos de comprender por qué le preocupa el “pecado” solamente cuando lo comete la oposición, pero no cuando se trata de un “pecado kirchnerista”. Si en verdad le molesta la “podredumbre moral”, su voto por el kirchnerismo solamente puede ser explicado por una grosera disonancia cognitiva, que entendemos puede ser tratada si es detectada a tiempo.

El último punto es: ¿podría alguno de los “manipulados por el aparto comunicacional más extraordinario que hayamos visto”, i.e. alguno de los que votan por algún demonio de la oposición, explicar su propio voto en términos de la doctrina peroísta?¿Podría alguien votar por Stolbizer, Del Caño, Massa o Macri, pero entrampado, con resistencia, retobado, etc., y mediante el voto peroísta atenuar todos los efectos no deseados o colaterales de semejante decisión, votando todo lo bueno pero no lo malo? ¿O será que solamente quienes votan al kirchnerismo tienen buenas intenciones o merezcan poder apaciguar su conciencia? En realidad, quizás Giardinelli podría replicar que los opositores deberían hacer un mea culpa y reconocer que la oposición no tiene nada bueno, es pura maldad, y por lo tanto no hay nada que salvar.

La conclusión es la de siempre. Como todas las intervenciones de Giardinelli, con una sola disciplina, v.g. la ciencia política, no alcanza. Quizás teólogos, juristas, filósofos e historiadores de las ideas, todos juntos, nos ayuden a hacerle justicia. Están todos invitados.   

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