miércoles, 5 de abril de 2017

"La Democracia está tan sobrevalorada..." (Hebe de Bonafini)




Gracias al triunfo democrático de Macri nuestro país está viviendo varias y genuinas transformaciones conceptuales en lo que atañe al discurso político. En efecto, desde 1984 y por obvias razones, hasta el triunfo de Macri nadie se hubiera animado a poner en duda el valor de la democracia. De hecho, la buena prensa de la que llegó a gozar el término hizo que todo lo que estuviera bien fuera considerado democrático y que todo lo que estuviera mal anti-democrático por definición. Además, la democracia y los derechos humanos solían ser considerados dos caras de la misma moneda, como si entre ellos existiera una dependencia mutua, tal como lo cree, por ejemplo, Habermas. 

Pero las cosas han cambiado dramáticamente. Hebe de Bonafini, por ejemplo, quizás bajo la influencia de la serie de TV "House of Cards", ha puesto fin a la primacía indiscutida de la democracia en el mercado de los valores políticos, al menos en nuestro país. El gobierno de Macri será democrático pero eso no implica mérito alguno. En realidad, para Bonafini, el hecho de que el gobierno de Macri sea democrático implica que ha pasado la hora de la democracia. 

La crítica de Bonafini a la democracia nos hace acordar a la caracterización que hace Raymond Geuss de la democracia originaria, la ateniense: "designaba a un grupo muy concreto de descuidados y hediondos ciudadanos helénicos que se dedicaban a holgazanear, devorar garbanzos y comerse con los ojos a los muchachos en una ladera de una colina especialmente soleada del Ática, y eso, cuando no estaban participando en lo que a menudo no era más que una forma de extorsión y piratería a gran escala por diversos puntos del Mediterráneo. En el siglo XXI, podemos permitirnos el lujo de contemplar ese pasado con indulgencia, e incluso afecto y admiración, porque a menudo utilizaban el botín para construir hermosos templos, pero en su época no debió de resultar nada divertido vivir en un pueblo vecino de Atenas" (Historia e ilusión en la política, ed. Tusquets, p. 178).

Hebe de Bonafini, en otras palabras, se ha dado cuenta de que la democracia es un régimen político en el sentido de que consiste en un procedimiento electoral caracterizado por la incertidumbre. Semejante caracterización que tanto encomio le valiera a la democracia en el pasado sobre todo en posición a los gobiernos militares, hoy en día la ha convertido en oprobiosa. La democracia, entonces, parece tener valor solamente cuando ganan las elecciones quienes piensan como nosotros, y no al revés como se solía suponer. De ahí que algunos sostengan que, v.g., el pueblo triunfó en una elección, o no dio marcha atrás, a la luz del resultado de una elección como si supieran antes de contar los votos quiénes son los que representan al pueblo, lo cual nos hace acordar a ese viejo chiste judío en el cual un conocido le dice al otro: "Me enteré de que se quemó tu negocio", a lo cual el otro le contesta "no, callate, la semana que viene". 

De hecho, recíprocamente, en nuestro país hay varios que hacen público sus deseos e incluso sus proyectos destituyentes sin que eso asegure que serán reprobados por todos. Por el contrario, el término "destituyente" que durante el kirchnerismo equivalía al oprobio automático hoy por hoy puede ser reivindicado por quienes se oponen al gobierno democrático actual. 

El problema, sin embargo, salta a la vista: ¿qué sentido tiene entonces la competencia democrática si antes de votar sabemos quiénes representan al pueblo y quiénes no? ¿Para qué votamos? ¿Para conocer gente, como dice otro viejo chiste? ¿Para salir el domingo? ¿Podrían los derechos humanos, como parece suponer Bonafini, estar mejor protegidos por un régimen no democrático? En el siglo XVIII, por ejemplo, la preocupación humanitaria de varios filósofos hizo que defendieran lo que se solía designar como despotismos ilustrados, i.e. regímenes políticos esencialmente unipersonales que tomaban decisiones políticas correctas a pesar de que no eran elegidos democráticamente.

Parafraseando irónicamente a Alfonsín, el punto de Hebe de Bonafini parece ser que con al menos cierta forma de despotismo o dictadura "se come, se cura y se educa". ¿Será muy temprano para saber, como diría Zhou Enlai, si estamos asistiendo al fin de la democracia?   

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